Este sermón fue predicado en San Andrés Episcopal, el 3 de agosto de 2025.
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Antes de hablar de esto, quiero recordarles que Jesús fue un hombre pobre, y me refiero a pobreza económica. En el evangelio, Lucas subraya que Jesús nació en un pesebre, que su familia fue casi refugiada en ese entonces. También, cuando Jesús fue presentado en el templo, su familia ofreció dos palomas, que era la opción más económica para las familias pobres, porque no tenían suficiente para ofrecer un cordero. Y aunque sí, sabemos que fue carpintero, probablemente no fue un carpintero de clase media, haciendo muebles artesanales en su propio taller. Es más probable que Jesús trabajara como un jornalero, trabajando en proyectos de construcción. Y también sabemos que, cuando enseñaba, hablaba con gente como él mismo: pescadores, viudas, padres y madres de familias humildes. Por todo eso, no es tan sorprendente que el tema de la pobreza y la riqueza surja tan frecuentemente.
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Y hoy escuchamos a Jesús hablar sobre la gente rica y la avaricia. Pero noten que su enseñanza comienza con una discusión entre hermanos sobre la herencia familiar. Esta es una experiencia muy común. Alguien muere y la familia entra en el conflicto sobre la herencia. Pero fíjense: Jesús no se enreda en los matices de la discusión. En vez de eso, habla de la avaricia y del daño profundo que este vicio puede causar. Jesús advierte: “Cuídense de toda avaricia, porque la vida no depende de la abundancia de bienes.”
Y después cuenta una parábola sobre un hombre rico que tuvo una gran cosecha, mucha más de la que podía usar. De hecho, tenía tanto que no tenía espacio suficiente para guardarlo todo. Pero en vez de compartir parte de su cosecha, decidió derribar sus graneros y construir otros más grandes para guardarlo todo. ¿Pero para qué? Jesús relata que esa misma noche murió y nunca usó ni disfrutó lo que tenía. Jesús dice: “¡Necio! Esta misma noche te van a pedir la vida. ¿Y lo que has acumulado, para quién será?” Entonces, es una parábola sobre personas con tanto dinero y posesiones que lo guardan todo para sí mismas. ¿Y para qué? Jesús concluye diciendo: “Así le pasa al que acumula riquezas para sí mismo, pero no es rico con Dios.”
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Hay un sermón famoso que estudié hace unos años, del siglo IV, escrito por Basilio el Grande, titulado ¡Derriba estos graneros! Quiero hacer un breve resumen. Fue escrito durante un tiempo de hambruna severa, como la que estamos viendo hoy en el estrecho de Gaza. Basilio era obispo de Cesarea, en lo que hoy es Turquía, y predicó este sermón a los ricos de su ciudad. Describió en detalle la gravedad de la hambruna, cómo los precios de la comida básica habían subido tanto, y mencionó el caso de un padre que tuvo que vender a uno de sus hijos a la esclavitud para poder comprar comida para el resto de la familia. Es un sermón fuerte, trágico e impactante.
En ese sermón, Basilio habla del dinero que los ricos guardaban para sí mismos como si fuera medicina, una medicina que la gente de la ciudad necesitaba urgentemente. Escribe que, ante esta catástrofe, el acto de no compartir su riqueza era como negar medicina vital a alguien moribundo—un acto profundamente inmoral. Basilio predicó que debían “derribar sus graneros” para aliviar el sufrimiento de los demás. Y yo creo que, en este tiempo de tanta guerra, hambruna y sufrimiento, cuando algunas personas—y naciones—tienen tanto y no quieren compartir, necesitamos escuchar este mensaje otra vez. «¡Tengan cuidado!», dice Jesús. “Cuídense de toda avaricia, porque la vida no depende de la abundancia de bienes.”
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Para nosotros, creo que debemos evitar la avaricia y escuchar el énfasis que el Cristianismo ha puesto en vivir una vida de sencillez. Durante este mismo periodo en la Iglesia, alrededor del tercer y cuarto siglo, surgió la idea de suficiencia, basada en un versículo del libro de Proverbios que reza: “No me des pobreza ni riqueza; dame solo el alimento suficiente para hoy.” Esta es la idea de tener lo suficiente para vivir. Ni más, ni menos. Y es una antigua recomendación sobre cómo debe vivir un cristiano. Obviamente, la pobreza, el hambre, y la falta de un hogar son catástrofes y nadie debe vivir así, pero también, no necesitamos lujos innecesarios y una vida extravagante. Jesús nos llama a vivir con sencillez, con lo suficiente, compartiendo generosamente lo que tenemos con los necesitados, y así, acumulando riquezas en la vida de Dios.
El llamado de Jesús es claro: no debemos poner nuestra confianza en la acumulación de bienes materiales, sino en Dios, quien nos invita a vivir con sencillez, generosidad y compasión. Como Basilio enseñó y Jesús proclamó, la verdadera riqueza se encuentra no en lo que guardamos, sino en lo que compartimos.

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