Como parte del proceso de la ordenación, estoy participando en un entrenamiento extenso en el Terrence Cardinal Cooke Health Care Center, en East Harlem, en la calle 106 y Lexington. Este entrenamiento es en cuidado pastoral. Así que los martes y jueves, durante todo el día, visito a los residentes —en particular a los recién llegados y a las personas en hospice, es decir, aquellas a quienes los médicos estiman que les quedan menos de seis meses de vida. Junto con otros capellanes, estoy aprendiendo cómo ofrecer acompañamiento espiritual a estas personas y estar con ellas en lo que necesitan durante esta etapa final de su vida.
Recientemente, como parte de nuestro entrenamiento, aprendimos un esquema importante para acompañar a las personas que están entrando en sus últimos meses. Según un psicólogo que ha trabajado muchos años con pacientes en hospice, la mayoría de las personas en esa etapa necesitan decir cuatro cosas antes de morir: te amo, perdóname, te perdono y gracias. Voy a repetirlas: te amo, perdóname, te perdono y gracias.
En este momento de su vida, las personas necesitan tomarse el tiempo para decirles a sus seres queridos que los aman. También, muchas veces, necesitan revisar su vida y pedir perdón o, además, perdonar por algo que aún cargan. Y finalmente —aunque la vida haya sido muy difícil— necesitan encontrar una manera de decir gracias: gracias a sus familiares, gracias por la vida, gracias por todo.
Es una buena guía, y de hecho ya la estoy usando con algunos de los residentes en hospice. Pero también me doy cuenta de que probablemente no debemos esperar hasta los últimos días para decir estas cuatro cosas, ¿no? Es decir, no tenemos que esperar hasta el final para decir: te amo, perdóname, te perdono y gracias.
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Alguien podría predicar un sermón distinto sobre cada una de estas palabras, pero hoy quiero enfocarme en la última: la importancia de decir “gracias.”
En las lecturas de hoy escuchamos dos historias de personas que sufrieron enfermedades graves y fueron sanadas por Dios. Hay muchos temas en común entre ambas historias. Todos padecen enfermedades graves de la piel. En ambos casos, los protagonistas son extranjeros - es decir, las Escrituras elevan a personas de otra raza o nación como ejemplos de fe. Y finalmente, en ambos relatos, la historia culmina con una acción de gracias.
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En la primera historia, escuchamos sobre Naamán, un comandante extranjero —no judío— que sufría de una enfermedad en la piel. Por medio de una sirvienta israelita que trabajaba en su casa, Naamán se entera del poder milagroso del profeta Eliseo.
Eliseo no sana a Naamán directamente, sino que le envía un mensaje: que se lave siete veces en el río Jordán. Aunque al principio Naamán se enoja por lo sencillo del acto, finalmente lo hace y sale del río con su piel sana, “como la de un niño.”
Una parte de la historia subraya el poder milagroso de Dios a través del profeta, pero otra parte importante es la fe del extranjero. Naamán, un hombre que podría haber sido despreciado por pertenecer a otro pueblo, muestra una fe profunda en el Dios de Israel. Y, como acto de gratitud por haber sido sanado, termina alabando al Señor y comprometiéndose a adorarlo solo a Él.
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| Christus geneest melaatsen. Abajo incluyo más información. |
En la segunda historia, escuchamos sobre diez leprosos, un grupo compuesto por nueve judíos y un extranjero, un samaritano. Los eruditos del Nuevo Testamento señalan que los samaritanos eran considerados por los judíos como personas de otra raza, ajenos y excluidos en muchos sentidos.
Jesús ayuda a los diez a encontrar la sanación que buscan. No los toca ni los sana directamente, sino que les dice que vayan a presentarse a los sacerdotes, como prescribía la ley. Mientras van en camino, quedan limpios. Pero el punto central del relato llega con el gesto inesperado: solo uno de los diez regresa para dar gracias y alabar a Dios. ¿Y quién es el que regresa? El extranjero. El marginado, el que era considerado impuro y diferente, es quien reconoce la gracia recibida y vuelve con un corazón agradecido.
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Es interesante, ¿no?, la manera en que las Escrituras incluyen a quienes son excluidos. Una y otra vez escuchamos que las buenas nuevas de Dios no pertenecen solo a un grupo, sino que son un mensaje universal, un mensaje para todos.
¿Y no ha sido también su experiencia que las personas marginalizadas muchas veces ven y aprecian lo que quienes están dentro de la comunidad no pueden ver? Y también escuchamos aquí que la respuesta correcta - lo que nosotros podemos ofrecer a Dios - es un corazón agradecido, alabanza y un compromiso más profundo.
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Recuerden las cuatro palabras: te amo, perdóname, te perdono y gracias. Vale la pena decirlas hoy, tal vez comenzando con gracias.
Y la verdad es que es fácil siendo parte de esta iglesia, porque decimos gracias cada domingo. De hecho, la misma palabra Eucaristía proviene del griego y significa “acción de gracias.” Así que cada vez que celebramos aquí, estamos dando gracias a Dios - por la vida, por su Palabra, y especialmente por su Hijo Jesús.
Al mismo tiempo, tal vez hoy podamos decir gracias con un poco más de intención. En unos momentos llegaremos a las oraciones del pueblo. Tal vez esta vez podamos prolongar ese momento para ofrecer nuestras propias palabras de gratitud a Dios, por lo que hemos recibido, por las personas que amamos, y por la vida que Él nos da día a día.
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Información sobre el imagen:
Rijksmuseum, CC0, via Wikimedia Commons

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